The Second Machine Age: Work, Progress and Prosperity in a Time on Brilliant Technologies

Topic: 
Globalization - Trade
Labor
Year: 
2014
Review by: 
Eduardo Lora
Author(s): 
Erik Brynjolfsson
Andrew McAfee
Publisher: 
Brilliance Corp
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Como sólo tienen futuro los trabajos creativos y muy poca gente está preparada para innovar, se agudizarán las desigualdades de ingreso

Los robots ya están compitiendo con los seres humanos en todo tipo de tareas rutinarias, no sólo en los sectores industriales, sino incluso en algunos servicios elementales de cuidado de enfermos o de aseo del hogar. Amazon está haciendo grandes inversiones para empezar a distribuir mercancías con pequeños aviones teledirigidos, y ya funcionan a la perfección los automóviles sin conductor producidos por Google, que empezarán a venderse comercialmente en cuatro o cinco años.

La nueva revolución industrial no se limitará a automatizar los trabajos manuales y a quitar de en medio a las personas en todo lo que tiene que ver con la transformación y el movimiento de cosas físicas. Con ejemplos relevantes e impactantes, Brynjolfsson y McAfee muestran que los computadores desplazarán incluso al trabajo intelectual rutinario. Como ocurrió en el pasado con tareas tan rutinarias como tomar dictados, manejar archivos y administrar agendas que ocupaban a ejércitos de secretarias en todas las grandes empresas, estamos asistiendo ya al desplazamiento de contadores, dibujantes, arquitectos, e incluso traductores y abogados. Aún el diagnóstico médico podrá ser delegado en gran medida a computadores como Dr. Watson, de IBM, que ya lo hace mucho mejor que el médico promedio, aunque aún comete algunos errores de criterio que tienen que detectar galenos de carne y hueso. Igual ocurrió con Deep Blue, el computador que venció en el ajedrez a Kasparov, y gracias al cual ahora los mejores jugadores del mundo tienen chips en vez de sesos.

En las dos últimas décadas las actividades basadas en trabajo poco calificado fueron la ventaja comparativa de los países de bajos costos laborales. Pero la maquila de ensamblaje industrial, los telecentros y los “sweatshops” de confecciones tenderán a desaparecer porque la nueva revolución tecnológica está reduciendo en forma dramática el costo del capital en relación al trabajo.

Sólo tienen futuro los trabajos no rutinarios, calificados o no, que es imposible automatizar. Posiblemente sigamos acudiendo al peluquero estilista y reconociendo el talento de un buen cocinero, pero habrá más competencia que nunca en estos trabajos. Lo mismo ocurrirá con intérpretes de música o escritores, con el problema adicional en estos campos de que las grandes estrellas se ganarán enormes fortunas aunque sean apenas marginalmente mejores que los demás, ya que el costo de reproducción de la música o los libros electrónicos es prácticamente cero y por lo tanto todo el mundo preferirá comprar sólo lo mejor.

Como bien lo explica este brillante libro, las nuevas tecnologías aumentan la concentración del ingreso porque tienden a elevar la demanda de trabajo de alta calificación respecto al poco calificado, porque son fuertemente intensivas en capital y porque tienden a premiar ciertos tipos de talento en forma extraordinaria.

Estos argumentos refuerzan las preocupantes conclusiones de Thomas Piketty sobre el futuro del capitalismo (quien ignora el rol del conocimiento y la revolución tecnológica en sus análisis). Ninguno de estos dos libros discute las implicaciones de estas tendencias para los países en desarrollo, pero es obvio que son alarmantes. En nuestros países la revolución tecnológica agudizará la concentración, y hará que aumenten la informalidad y la pobreza, a menos que se puedan desarrollar ventajas competitivas en numerosos sectores donde el insumo fundamental sea la creatividad. Los países abundantes en recursos naturales tendrán fuentes de ingresos externos y fiscales que podrían que ser canalizados a dar apoyo a las grandes masas de población poco productiva, aliviando así la concentración, aunque con riesgos políticos y sociales igualmente alarmantes.

Obviamente, para los países latinoamericanos el reto más grande es la reforma educativa. Si el fracaso de los sistemas educativos en desarrollar las habilidades básicas de lectura y matemáticas es enorme, ni qué decir en la formación de capacidades de autoaprendizaje, pensamiento analítico y creatividad que demandan las nuevas tecnologías para poder trabajar con, y no en contra, de los robots y los computadores, como se enfatiza en este libro. Con la excepción de Brasil, y quizás Chile, los demás países tienen además el reto de construir un sistema de innovación para el siglo 21 que integre a la academia con el sector productivo y a ambos con los focos de avance tecnológico en el mundo desarrollado.

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