¿Cómo se logra el equilibrio en las políticas de desarrollo infantil?
Este post apareció originalmente en el blog Primeros Pasos – Blog del BID sobre Primera Infancia, el 2 de Octubre del 2017.
De vez en cuando se alinean las estrellas y se juntan las fuerzas necesarias para generar un impacto positivo en el mundo. Cuando se trata de apostar por la niñez, este fenómeno es aún más importante.
El desarrollo infantil ha logrado consolidar una amplia red de actores conformada por Estados, organismos internacionales, empresas, académicos, sociedad civil, organizaciones comunitarias (con fuerte protagonismo femenino), iglesias, educadoras y voluntarios. Esta vasta red familiar, profesional e institucional, tiene multiplicidad de formas y varía de país en país, puede ser formal o no formal, parte de una estrategia nacional integrada o segmentada.
Este entramado reconoce una rica historia cuyo trayecto se reforzó a partir de la década del setenta, cuando el cuidado y la educación infantil dejaron de ser solo una preocupación privada de las familias y se incorporaron definitivamente a la agenda pública. Se caracteriza por la búsqueda creativa de estrategias que apuestan a impulsar mejores políticas de desarrollo infantil.
Los elementos que no pueden faltar
Más allá de la rica gama de programas y propuestas existentes, hay tres elementos principales –e interdependientes — que la experiencia en desarrollo infantil apunta como claves: calidad, inclusión e inversión.
La calidad engloba cuestiones estructurales y de procesos. Define lo que se pretende alcanzar a través de la interacción de los niños entre sí, con los adultos y el medio que los rodean; las condiciones ambientales de los espacios donde se produce esta interacción y las necesidades de infraestructura, equipamiento y oferta nutricional. Se refiere también a la formación y condiciones laborales de los trabajadores para la primera infancia, así como a la relación con las familias y la comunidad. Finalmente, cuando hablamos de calidad en desarrollo infantil, hablamos del modelo pedagógico y la articulación con otras políticas sociales, de manera que se establezcan mecanismos efectivos de medición y monitoreo considerando las realidades locales.
La inclusión supone un concepto de ciudadanía que incorpora la participación protagónica de los sujetos en los ámbitos constitutivos de su vida social; es decir, se trata de ampliar el acceso a todos los niños y las niñas, particularmente aquellos más vulnerables.
La inversión se vincula con la disposición de recursos federales, locales e internacionales. No hay política sin inversión. La inversión dirigida a la primera infancia constituye un claro indicador del esfuerzo que realizan los Estados en su rol de garantes del cumplimiento efectivo de los derechos de los niños.
Sin equilibrio no se llegará muy lejos
Las relaciones y dinámicas establecidas entre calidad, inclusión e inversión en la primera infancia estarán determinadas por factores políticos, históricos y económicos en contextos particulares de cada país y a nivel regional. La perspectiva de derechos cobra, en este sentido, una enorme centralidad en las definiciones políticas e institucionales.
El gran riesgo que se corre a la hora de definir e implementar las políticas públicas es que alguno de estos componentes se desbalancee: se necesita de un constante equilibrio entre los tres.
Si la buena calidad del servicio no llega a todos, no habrá un balance adecuado. El desarrollo infantil es un derecho universal y la calidad de los servicios debe cubrir a todos los niños y niñas, más allá de los formatos priorizados. Así como no hay calidad si no es para todos, no resultará para ninguno si no es de calidad. Estudios y evaluaciones recientes señalan que la ampliación de la cobertura sin garantizar la calidad resulta contraproducente, y por lo tanto profundizan la fragmentación social y la desigualdad.
Asimismo, pretender calidad con bajo financiamiento resultará en una concentración de servicios poco inclusivos, replicando el círculo intergeneracional de la pobreza. Tampoco habrá equilibrio si hay inclusión y financiamiento, pero no se definen y regulan estándares de calidad. La ausencia de control estatal de los procesos de crianza, cuidado y educación puede transformarse en otra fuente de disparidad si no se presta el debido cuidado a un equilibrio entre los aspectos críticos del desarrollo infantil.
El costo de no actuar, de no invertir, es demasiado alto para la primera infancia. Encontrar el equilibrio entre calidad, inclusión e inversión permite la confluencia de mayores y mejores esfuerzos estatales y sociales para producir un cambio cualitativo y sostenido en el desarrollo infantil.
