Tribulaciones brasileñas ante una región fragmentada

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“Sin pensamiento estratégico vamos a perder lo que construimos”. Eso afirmó Lula en un encuentro reciente con intelectuales argentinos. El ex presidente no hablaba sólo de Brasil sino de la región, y para dejarlo claro agregó: “O crecemos juntos o nos quedaremos pobres todos juntos”. Las frases revelan dos preocupaciones. Por un lado, indican que hoy no existe pensamiento estratégico regional: si lo hubiera, no sería necesario alertar sobre su ausencia. Por otro lado, reflejan la convicción de que el destino de Brasil es indisociable del de América del Sur. Lula está en buena posición para sostener la primera afirmación, pero los hechos desmienten la segunda. Pensamiento estratégico puede faltar; pero los países de la región no emergen o se hunden en bloque. Al contrario, la década actual es testigo de una novedad histórica: por primera vez en medio siglo, los caminos de la región se bifurcan.

Desde hace cincuenta años, América del Sur se mueve casi siempre en bloque. La década del 70 se caracterizó por el retroceso democrático (dictaduras en Argentina, Brasil, Chile y Uruguay) y shocks petroleros que afectaron diferencialmente a cada país (Venezuela se benefició mientras Argentina y Chile sufrieron y el milagro brasileño se detuvo). Los 80 trajeron la recuperación masiva de la democracia, y al mismo tiempo fueron conocidos como “la década perdida” por la crisis de la deuda. En los 90 la democracia resistió en todos los países (salvo Perú) tornándose ligeramente populista, y también en todos los países el neoliberalismo dominó las políticas económicas. Como reacción al ajuste y consecuente desempleo, los 2000 giraron a la izquierda: una ola rosada barrió al continente y la centroderecha se recluyó en enclaves como Colombia. La novedad, finalmente, llegó en la década actual: los países sudamericanos, gradual pero consistentemente, empiezan a flotar en distintas direcciones. UNASUR, un invento brasileño reciente, se desgarra y diluye dentro de América Latina. Y la responsabilidad no es del culpable tradicional, los Estados Unidos, sino de la potencia que tiende a substituirlo: China. El cambio de hegemonía esconde una constante: el país que ordena a la región sigue siendo exterior a ella.

El resultado de la emergencia china es la aceleración de la dispersión regional. Hoy existen en América Latina tantos bloques regionales (integrados por al menos un estado latinoamericano) como países. Semejante inflación demuestra que la integración es sólo retórica: el asociacionismo regional multiplica los fragmentos subregionales en vez de reducirlos.

Fragmentación latinoamericana: Veinte países, veinte bloques regionales

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Y entre los fragmentos, algunos prevalecen y otros languidecen. Los países que eligieron integrarse al mundo a través del libre comercio crecen más que los demás. La Alianza del Pacífico, que reintroduce a México como miembro de la región, es la sensación del momento. Enfrente está el ALBA: aunque no todos sus miembros son proteccionistas, el líder del grupo se hunde. El devenir político de Venezuela es incierto, pero su futuro económico es sombrío. Argentina, aunque no pertenece a ninguno de los dos bloques, se parece cada vez más al segundo. El tercer grupo es Brasil, solito y tironeado entre un cerebro aperturista y un corazón proteccionista. Su desempeño económico es mediocre, y como consecuencia apenas puede con sí mismo. El gigante carece de capacidad para intervenir en el vecindario so riesgo de desenmascarar su impotencia, así que se limita a ejercer una suave y endeble influencia. Pero la debacle simultánea de Argentina y Venezuela amenaza con arrastrarlo y el debate interno se calienta: si Brasil no puede rescatarlos, ¿deberá acompañarlos? La respuesta asoma negativa, y comienzan a estudiarse alternativas. Una de ellas es que el Mercosur imite a la Comunidad Andina y, manteniendo la ficción de la integración, habilite a sus miembros a firmar tratados comerciales con terceros países.

Es cierto que la situación de Argentina aún no es tan grave como la de Venezuela: ambas ostentan gobiernos de discutible competencia, pero sólo Caracas sufre la maldición de los recursos. En otras palabras, el daño argentino es autoinfligido y reversible. Las manifestaciones callejeras en Brasil, sin embargo, alertan contra la “paciencia estratégica” antaño predicada por el mismo Lula para su política externa. Si Brasil sigue esperando a sus vecinos, podría perder la oportunidad del despegue económico. Peor aún, corre el riesgo de contagiarse. La integración regional se ha transformado de ventaja en fardo, quizás como en Europa.
 

Nota: la información en que se basa esta columna está disponible en los siguientes artículos:

Malamud, Andrés (2011) “A Leader without Followers? The Growing Divergence Between the Regional and Global Performance of Brazilian Foreign Policy”, Latin American Politics and Society 53(3), 1-24.

Malamud, Andrés (2013) “Overlapping Regionalism, No Integration: Conceptual Issues and the Latin American Experiences”, EUI Working Paper RSCAS 2013/20, Florence.
 

 

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